Cuando nacemos nuestro cerebro cuenta con casi 1000 billones de conexiones neuronales llamadas sinapsis, y un adulto apenas se queda con la mitad, si corre con suerte. ¿Porqué perdemos tantas? Porque no hacemos nada para quedárnoslas. Esas conexiones funcionan con y para el aprendizaje, entre más conexiones hay, más capacidad desarrolla nuestro cerebro.
Los niños son por ello mismo máquinas de absorción de conocimiento y por eso, por naturaleza tienden a cuestionarlo TODO. Están haciendo hasta lo imposible por ocupar esas sinapsis para no quedarse sin ellas. Y su pregunta más simple y famosa es: ¿Por qué? Para los niños, por ejemplo, no es suficiente que les digamos cómo deben ser las cosas. Ellos quieren saber porqué deben ser así. Incluso rompen juguetes para luego pegarlos con cinta adhesiva contentos de saber que hay dentro de ellos.
Luego pasa lo peor, y los adultos son los culpables. Se les educa a creer todo lo que se les diga, sin cuestionar nada so pena de sufrir eternamente en el fuego del infierno o de no estar entre los elegidos del Reino. O peor aún, se les enseña que la verdad no los hará ricos, y que no importa que hay más allá de lo que se dice y se acepta por las multitudes, que hay que hacer como todos y aprender a tranzar. Si seguimos así, en breve el adulto promedio podrá contar sus sinapsis con los dedos de la mano. Si es que aprende a contar.
Afortunadamente aún quedan muchos adultos que gustan de cuestionarlo TODO, todo lo que no tiene sentido. Lo ilógico. Y no descansarán hasta entenderlo TODO con claridad. Somos muchos, solo que la mayoría con miedo, con el terror de que cambien las cosas.
Dentro de cada uno de nosotros hay un niño preguntón. Ese niño es el que nos hace dudar cuando un extraño nos quiere vender algún objeto o nos pide limosna, el niño que busca preguntas donde todos dicen que ya hay respuestas. Gracias a ese niño que otros llevaban dentro, ahora sabemos que las enfermedades no son castigos divinos, que la tierra es redonda, que la luna no es de queso, etc.
Saquemos a ese niño para que nos defienda de las falacias de los demás, para que nos anime a cuestionarlo TODO, que nos ayude a no aceptar las cosas así como así porque alguien más que dice entenderlo mejor así lo dijo. Todos lo hacemos a diario, pero no lo hacemos en los asuntos más importantes por miedo a castigos que no estamos seguros de que sean verdad.
Los niños son escépticos por naturaleza, porque deben aprender a sobrevivir y por eso necesitan de las verdades. Si no hacemos lo propio, otros decidirán nuestras vidas. Defendamos nuestra existencia de las falacias.
Los niños son por ello mismo máquinas de absorción de conocimiento y por eso, por naturaleza tienden a cuestionarlo TODO. Están haciendo hasta lo imposible por ocupar esas sinapsis para no quedarse sin ellas. Y su pregunta más simple y famosa es: ¿Por qué? Para los niños, por ejemplo, no es suficiente que les digamos cómo deben ser las cosas. Ellos quieren saber porqué deben ser así. Incluso rompen juguetes para luego pegarlos con cinta adhesiva contentos de saber que hay dentro de ellos.
Luego pasa lo peor, y los adultos son los culpables. Se les educa a creer todo lo que se les diga, sin cuestionar nada so pena de sufrir eternamente en el fuego del infierno o de no estar entre los elegidos del Reino. O peor aún, se les enseña que la verdad no los hará ricos, y que no importa que hay más allá de lo que se dice y se acepta por las multitudes, que hay que hacer como todos y aprender a tranzar. Si seguimos así, en breve el adulto promedio podrá contar sus sinapsis con los dedos de la mano. Si es que aprende a contar.
Afortunadamente aún quedan muchos adultos que gustan de cuestionarlo TODO, todo lo que no tiene sentido. Lo ilógico. Y no descansarán hasta entenderlo TODO con claridad. Somos muchos, solo que la mayoría con miedo, con el terror de que cambien las cosas.
Dentro de cada uno de nosotros hay un niño preguntón. Ese niño es el que nos hace dudar cuando un extraño nos quiere vender algún objeto o nos pide limosna, el niño que busca preguntas donde todos dicen que ya hay respuestas. Gracias a ese niño que otros llevaban dentro, ahora sabemos que las enfermedades no son castigos divinos, que la tierra es redonda, que la luna no es de queso, etc.
Saquemos a ese niño para que nos defienda de las falacias de los demás, para que nos anime a cuestionarlo TODO, que nos ayude a no aceptar las cosas así como así porque alguien más que dice entenderlo mejor así lo dijo. Todos lo hacemos a diario, pero no lo hacemos en los asuntos más importantes por miedo a castigos que no estamos seguros de que sean verdad.
Los niños son escépticos por naturaleza, porque deben aprender a sobrevivir y por eso necesitan de las verdades. Si no hacemos lo propio, otros decidirán nuestras vidas. Defendamos nuestra existencia de las falacias.